31 ene 2010

Belfast

El otro día fui a Belfast en busca de un día fuera de Dublín, algunas fotografías y un poco de morbo.
Después de almorzar en un ambiente de total normalidad en el centro de la ciudad, caminamos durante un par de horas hasta que preguntamos a un lugareño por la zona donde se encuentran los murales que representan la cruenta historia de Irlanda del Norte. Era un hombre de unos 45 años de edad, si bien la ansiedad, la falta de sueño prolongada y otros muchos males inherentes a la condición de ciudadano católico de Belfast podrían haberle dado el aspecto de un cuarentón a la aún temprana edad de los 30. Con un acento norilandés difícilmente comprensible, nos invitó a acompañarnos en nuestra visita pues dicha zona era, precisamente, su barrio de toda la vida.

Fue nuestro guía durante más de 2 horas, llevándonos por los lugares más conflictivos de Belfast: Falls Road, the Peace Wall y the Shankills, lugares donde tuvieron lugar los denominados "the troubles": cientos de asesinatos y reyertas entre la minoría católica (nacionalistas irlandeses) y los mayoritarios unionistas (pro-británicos en su mayor parte protestantes). Recorrimos el Peace Wall, el muro que aún separa las dos comunidades, deteniéndonos a observar y fotografiar murales estremecedores. Atravesamos una de las puertas que aún hoy se abren y cierran cada día por el temor que perdura entre las dos poblaciones. Nos contaba "x" que, cuando él era un adolescente, los católicos tenían dos minutos para ir a comprar medicinas a la farmacia que había al otro lado de la compuerta, en la parte protestante, y volver al lado católico... y que, de no regresar a tiempo, tendrían que quedarse en territorio enemigo hasta el día siguiente...todo un detalle. Del mismo modo, los católicos no tenían derecho a trabajar en la parte protestante a menos que pagasen una especie de impuesto como el que nuestro guía satisfizo al gobierno británico durante toda su juventud. Por el cotrario, los protestantes podían trabajar libremente en el lado católico. De todos modos resulta inútil juzgar subjetivamente un conflicto que los extranjeros no podemos llegar a comprender como para emitir un juicio objetivo pero que tampoco podemos ignorar pese a que seamos completamente ignorantes del mismo. Por el momento solo cuento con el testimonio de un ciudadano católico de Belfast.

Falls Road es una calle de unas 2 millas de longitud salpicada de agrios recuerdos a las innumerables víctimas de "los problemas" y muros pintados a odio y sufrimiento; una inmensa torre de viviendas que anuncia el final de Falls Road servía de centro de vigilancia del ejército británico. La policía inglesa no entraba en esa zona por no sentirse suficientemente protegidos detrás de sus armas... el ejército sí. Los turistas, escasos en la ciudad y especialmente en esa zona, hacen su recorrido de flashes en taxis especiales que se detienen en los puntos de interés. Aún así, se trata de una zona "tranquila" y visitable mientras dure la luz del día. The Shankills es otra historia: ni los taxis te llevan a esa zona a determinadas horas ni nuestro guía, que ha vivido toda la barbarie de los años 70, se atreve hoy a pasear al anochecer su bonito pastor alemán de 12 semanas de edad por donde caminábamos y compartíamos silencios, conversaciones y más silencios dedicados a la reflexión individual. Allí, en las Shankills, tuvieron lugar las atroces torturas llevadas a cabo por el grupo paramilitar llamado "The Shankills Butchers" (los carniceros de las Shankills), que descuartizaron a 13 ciudadanos católicos.

Mientras "x" se negaba a dejarnos solos al anochecer en esa parte de la ciudad, lo cuál le agradecimos, y mientras poco a poco nos alejábamos de aquella parte de Europa dejada de la mano de Dios, siguió regalándonos como souvenir sangrantes relatos nacidos de las experiencias de toda una vida marcada por la violencia. Durante el paseo no tuvimos tiempo ni mucho menos de comprender las raíces de este complicadísimo conflicto, ni el modo de vida o la forma de pensar de la gente. A penas fuimos espectadores del extraño ambiente que allí se respira. Olvídate de sonrisas y gestos de alegría, en ocasiones nuestro guía no contestaba a los saludos que otros viandantes le hacían por la calle, y a menudo ves gente que parece venir de o ir a liar alguna.


Al preguntarle por la conducta de la gente en la calle nos dijo que durante años Belfast se convirtió en la ciudad europea con más suicidios, con una media de 2 semanales, en ocasiones jóvenes que no superaban la mayoría de edad, pero que acababan siendo superados por el dolor y la confusión. En la actualidad, prosiguió, las personas que participaron en el conflicto independientemente del bando en el que luchasen, están padeciendo todo tipo de enfermedades mentales provocadas por la inactividad mental posterior al acuerdo. Al parecer, lo que nosotros consideraríamos una situación de riesgo era para los norirlandeses una situación de normalidad que paradójicamente se tornó en anormal, con devastadores efectos psicológicos tras el acuerdo de desarme de 2005. En total, 3.523 personas asesinadas injustificablemente por ambos bandos como resultado de la guerra cuyas raíces se sitúan en el asentamiento colonial británico en el Ulster en el siglo XVII.

Nuestro guía, anónimo puesto que por alguna extraña razón ni él ni nosotros nos preguntamos por nuestros respectivos nombres, acabó devolviéndonos al centro de la ciudad, donde sí parece atisbarse el renqueante despertar de una capital europea. Un apretón de manos y una fotografía juntos marcaron el final de un día especial. Nos dirigíamos a la estación de autobuses uniendo las piezas del a veces ininteligible relato de nuestro guía mientras éste se alejaba caminando de vuelta a su barrio junto a su perro Sunny, el único protagonista con nombre propio de ese día...nublado y gris, por cierto, del mes de marzo.

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